V Energy Drink
Lucas
En segundo lugar, yo no soy mujer ni estaba desnudo, y si me ponía de su lado y de repente me convertía en una mujer desnuda? Y fue en plena duda que, como pasa con los sueños, las cosas mutaron: esas mujeres y lobos se convirtieron en un partido de fútbol, y de repente el planeta extraño era un estadio repleto de hinchas que coreaban mi nombre.
Nosten
Nosten son mobiliarios contemporáneos y globales. Estos mismos muebles que se consiguen en Rosario, se pueden encontrar en las mejores casas de Europa. Es por eso que la comunicación rodeó la idea de globalidad, con titulares sobrios.
Este trabajo fue publicado en el prestigioso sitio Ads of the World.
El 127
Buen día señora. A pesar de desconocer el momento en el que usted se dispone a leer esta carta, no quería dejar de desearle un gran día. Así sean las 11:40 de la noche, es sabido que en unos minutos te pueden alegrar todo un día. Así que repito: buen día.
Antes que nada, permítame disculparme. Entiendo que usted ya tiene esquematizadas y ocupadas cada una sus horas. Así que agradezco al mismo tiempo la molestia de seguir leyéndome.
Escribo porque estoy feliz. No es un estado normal en mi cuerpo, así que podríamos decir que es una noticia, al menos desde los últimos 15, 20 años. Usted sabrá lo difícil que es reconocer una sonrisa en mi rostro.
Conocí una mujer. Qué digo una mujer, es una diosa. No piense que le estoy cuenteando, es completamente despampanante. Cuando la conocí estaba en un colectivo, yo venía obnubilado por ciertas situaciones del trabajo, unas peleas con Gorticelli, moneda común desde que ingresé en esa agencia. Pero de repente en una parada, se empezó a sentir algo distinto hasta en la manera de frenar del colectivero. No lo dude señora, se debía todo al aura de esta mujer. Qué digo mujer, esta diosa.
La puerta se abrió y los rayos del sol le daban desde la espalda, a unos 45 grados. No hablo de temperatura, sino de geometría. Aunque debo reconocerlo, esta mujer cambió por completo el clima de todo el vehículo. De repente los hombres comenzaron a sentarse derechitos, como demostrándole que a su lado había un asiento libre. Cada paso que daba ella era un asiento que descartaba, y por lo tanto un pasajero que veía pasar un boleto ganador de la lotería ante sus ojos.
Usted sabe, no me gusta sentarme en los colectivos. Paso más de ocho horas diarias sentado frente a una computadora. Lo mejor para mi cuerpo, ojos y mente es ir parado atrás, colgadito de las manigeras, siendo sacudido por los movimientos (a veces muy bruscos) del vehículo, apoyando la cabeza sobre la luneta y sintiendo las vibraciones del vidrio en mi occipital. Es algo que hago desde que soy muy chico, cuando utilizaba el colectivo para ir a practicar fútbol, tenis y tantos deportes que el tiempo se encargó de hacerme entender no habían sido inventados para mí.
En fin, a que no sabe dónde fue a pararse este pedazo de cielo hecho mujer. Está bien, si se lo digo así, lo dejo muy obvio. Sí, se paró al lado mío.
¡Si usted viera las caras de los demás hombres! Nunca me sentí tan envidiado. Y reconozco que si bien no me gusta andar ostentando nada, sonreí, como sobrando la situación.
Usted debería haber visto cómo caminaba esa mujer, con una seguridad digna de una abogada, de esas que se llevan el mundo por delante. Sólo que esta mujer parecía hacerlo además con una dulzura pianta-corazones. No, no estoy seguro que sea abogada. Pero que estudió una carrera universitaria no hay ninguna duda.
Llevaba un brillo en sus ojos verdes que durante un momento me hicieron creer que eran grises claros. Usted sabe cómo me gusta el brillo en los ojos de las personas. Hacen sentirme que hay alguien ahí, señora.
Se notó enseguida que sabe lo hermosa que es. De no ser así, nunca hubiera sonreído como lo hizo al pararse al lado mío, acomodándose su hermoso, suave y sedoso pelo al mismo tiempo, mientras se le marcaban los hoyitos en las mejillas. Un movimiento que requiere mucha técnica, pero sin dudas mucha práctica. Hasta le confieso que lo ensayé camino a casa.
Estaba dispuesto a hablarle cuando una frenada sacudió el colectivo, casi como callándome a propósito. Parecía que el destino me decía que no hable, que admire en silencio lo que estaba aconteciendo.
De todas maneras, necesitaba hacer un movimiento, marcarle que yo estaba ahí, a su lado. Porque no tengo dudas, para mujeres como esas, el resto del mundo es completamente invisible.
Se acercaba mi destino, y todavía no había hecho nada. Me sentía un nene, de esos que todavía no quieren reconocer que les gusta una niña y les dice a sus compañeros que a él lo único que le interesa es el fútbol, aunque por dentro se muera por hablar con la chica de sus sueños.
Se pasó mi parada. El chofer, que es el mismo chofer desde que tengo memoria y me subo a ese colectivo, me miraba de reojos a través del espejito retrovisor. Sentí el odio de su mirada, me estaba mordiendo cada poro de mi piel. Me pedía con sus ojos al mismo tiempo que me baje y me aleje de ese encanto, que no la merecía. Pobre, me dio mucha lástima.
Uno a uno se iban bajando los demás pasajeros, resignados a su suerte. Más bien, a la mía. ¿Sabe que sentía señora? Sentía que estaba en una mesa inmensa de póker, y que yo poseía casi todas las fichas de la partida. Me sentía invencible. Y se nota que los otros notaron lo mismo, porque al cabo de unos minutos sólo nos encontrábamos el chofer, ella y yo.
Estaba pensando qué decirle, cuando sus labios se desprendieron y emitieron un sonido, dirigido a mí. No me dí cuenta por el sonido, sino porque sus ojos brillosos me estaban apuntando, llegando hasta el otro lado de mis retinas. No la escuché, estaba completamente embelesado.
-Permiso – repitió mientras con su mirada me hizo notar que yo le estaba tapando el paso, y ella quería bajarse. Ahora sí la escuché, su tonito si bien dulce denotaba un leve nerviosismo. Usted no sabe cómo me entró a latir el corazón! La estaba perdiendo, señora. Se me alejaba, y yo no pude ni sacarle el nombre.
Se me fue, y no hice nada.
Lo primero que hice fue mirar atónito, aunque más bien destrozado, al espejito retrovisor del chofer. Su sonrisita triunfal no me gustó para nada, pero qué iba a hacer. Ahora quedábamos él y yo.
- Terminó el recorrido, señor- me dijo al cabo de unos minutos.
Bajé con la tristeza y desolación del que se acaba de perder algo mucho más importante de lo que alguna vez pensó iba a toparse. Entré a caminar y el colectivo se alejaba, cuando me dí cuenta de una cosa. No tenía la menor idea de dónde me encontraba, pero estaba muy cerca de ella, a pesar que no sé si vive por aquí o simplemente estaba visitando una amiga, o un cliente, o haciendo unos mandados.
Así que aquí me encuentro, en el medio de la nada, preguntando a los habitantes de este lugar dónde estoy, y dónde está esa mujer. Pero nadie dice conocer a ese encanto -incluso me tratan de mentiroso- y mucho menos decirle a una persona que ellos desconocen cuál es el lugar donde ellos viven. Aquí hay mucha gente desconfiada, señora.
La conozco muy bien y sé que desde las primeras líneas se imaginó hacia donde apunta esta carta, señora. Quiero el divorcio. Necesito el divorcio. No lo tome a mal, pero requiero mucho tiempo libre. Necesito saber quién era esa muchacha, y la mejor forma es quedándome aquí, donde sólo Dios sabe dónde estoy.
Dunod Inmobiliaria
Goffo College - Vuelta al Cole
Goffo College es calzado para Pre-teens. En la estacionalidad "vuelta al cole", se decidió lanzar una promoción que contemplaría el sorteo de un iPod Nano.
Un iPod Nano o una Play Portátil (2do aviso), dejarían sin historias al resto de los chicos del curso, y centrarían la mirada en estos dispositivos.
Strood Bar
Base de Datos
Base de Datos es un programa de Radio que combina información Económica y de Negocios. En 2009, agregó además información política. Es por eso que había que comunicarlo.
Vahumê Salutación Navidad
Vahumê son muebles de oficina para ese lugar mal llamado trabajo. Es por eso que para la Navidad del 2008, no quiso dejar de recordarles a la gente que trabaja en oficina que durante dos semanas sus jefes iban a tener el corazón un poco más blando.
Cámara Inmobiliaria de Rosario - Opción 2
Cámara Inmobiliaria de Rosario - Opción 3
El minuto final.
Lector, si usted es una persona que vive tranquila, si cree que la vida está bien como está, si no quiere tener una nueva complicación, una razón más por la cual angustiarse, no siga leyendo. Sólo permitame decir: hay angustias que son tan necesarias que uno termina disfrutándolas (posteriormente, claro).
Sé la razón (en realidad, la recuerdo) por la cual vivimos encerrados. Por la cual el Gran Domo no nos deja cruzar las fronteras de nuestro país.
Nosotros, por más que suene raro, fuimos un país “futbolero”(término que se le da a un deporte conocido como fútbol -del inglés foot-ball, porque se jugaba con los pies, aunque algunos elegidos lograban hacerlo también con la cabeza-). Amantes totales. Todos. Absolutamente todos.
El fútbol formó parte de nuestra historia nacional. Y cómo. Puedo comprender que le resulte muy difícil de creer, pero espero poder rescatar algún recuerdo. Pasarella. Kempes. Maradona. Batistuta. Verón. Mascherano. Messi. Estos apellidos tan raros, que tan poco transmiten en comparación a los tan amados e indiscutidos Gladiadores del Pato como Irrazabalaga, Arismendi o la dupla mortífera López-López, en realidad fueron grandes estrellas mundiales. Mucho más reconocidas que nuestros tan admirados íconos nacionales.
Sí señor. Créalo. Acá la gente transpiraba fútbol. No importaba ni la edad ni el sexo. Todos. Y éramos muy buenos. Pero pecamos en creernos nuestras habilidades, y sentirnos dioses. Nadie era (creíamos) mejor que nosotros. Incluso los brasileños, adjetivo gentilicio utilizado para Brasil (un país ubicado muy cerca nuestro), querían (creíamos) alcanzarnos.
Y existían templos gigantes, descomunales, hermosos, donde no cabía un alma ante cada misa deportiva. Lugares donde las masas decidían reunirse para poder gritar, cantar, llorar, reír, sufrir y gozar con este verdadero espectáculo.
El Estadio Nacional de Pato, donde cada año se produce el evento más importante de nuestro país (la Final de la Liga Nacional de Pato), en realidad era el Estadio Monumental de Núñez, perteneciente a River Plate, uno de los mayores clubes no sólo de Argentina, sino también del mundo.
El poco concurrido Estadio de Hockey Sobre Hielo de Almagro (deporte que pasó sin pena ni gloria por nuestro país), pertenecía a un club llamado San Lorenzo de Almagro. El basural nacional, donde todos nuestros desperdicios son depositados, era el estadio del equipo archirival de River Plate, pero por alguna razón no puedo recordar el nombre de dicho club. El hoy espacio verde dedicado a los empleados gubernamentales, era conocido como el Cilindro de Avellaneda, perteneciente a una empresa llamada Blanquiceleste S.A., con la cual siempre mantenían alguna que otra relación. Podría seguir con muchos ejemplos, pero no quiero desviar la atención de mis intenciones.
El fútbol les daba de comer a todos. No sólo a futbolistas y a hinchas. Las botineras, eran mujeres que enamoraban a deportistas, a cambio de una jugosa billetera. Los representantes de fútbol corrían mucha mejor suerte que los de Pato, con cifras mucho más numerosas y mayor reconocimiento.
En la cancha, no se vendían el popular locro o las empanadas caseras que hoy tanto rédito dan en cada encuentro deportivo, sino una artesanía gastronómica conocida como chori, la cual combinaba el chorizo vacuno con un pedazo de pan.
Usted se preguntará qué tendrá que ver el fútbol con el domo. Hagamos memoria. Cada cuatro años, se producía la Copa del Mundo. Ante cada Copa, nos uníamos como país como nunca, como en ninguna otra ocasión, y nos ilusionábamos con que íbamos a salir campeones, que esta vez sí, que con todos los jugadores que tenemos jugando en el exterior, en las mejores ligas, y que con el momento de nuestra estrella, y que… etc, etc. Cuando quedábamos fuera del certamen, las calles, las nubes y las caras se teñían de gris.
Resulta que existió una vez que no sólo no ganamos la Copa, sino que logramos alcanzar lo (que creíamos) imposible.
Durante toda una eliminatoria sufrida, donde la Selección Nacional se mantenía semi fuera del Mundial, la gente se autoconvencía pensando, imaginando “esto se arregla debajo de la mesa”, o “no hay chances que quedemos fuera” o el clásico: “Dios es argentino, él nos va a clasificar”.
Llegamos a la última fecha con chances. Dependíamos sólo de un empate. Un empate nos depositaba en Mozambique, lugar donde al año siguiente se jugaba el tan ansiado Campeonato.
Pero enfrente nuestro teníamos justo a nuestro rival de toda la vida: Brasil. Hábiles, dúctiles malabaristas del balompié, estrellas megalácticas, alegres, divertidas y contagiosas del arte esférico.
El gol (anotación) brasilero llegó temprano. Enseguida el ya nombrado antes Monumental de Núñez se enmudeció. La angustia se materializó en 40 millones de cuerpos argentinos. El sufrimiento, el pánico. El terror. La peor tragedia jamás imaginada ni por asomo, se hizo realidad.
En el entretiempo, nadie se movió de su asiento. Nadie quiso ir al baño, ni a comprar choripán. Plegarias, rezos, suplicios. Promesas. No existía ni una sonrisa de esas que aparecen en momentos difíciles como para descomprimir el ambiente. Nada.
Reanudó el partido, y enseguida llegó el segundo cachetazo. Y todos empezaron a creer lo que se venía. Y luego el tercer gol. Y el cuarto. Y el quinto. 5 – 0. El partido, por razones de seguridad, fue suspendido a los 9 minutos del segundo tiempo. Argentina podía jugar 48 siglos seguidos que no podía llegar a pasar mitad de cancha. La superioridad carioca fue inobjetable.
Suicidios en masa, saqueos, cortes de ruta, masacres y locura total invadió el país. El fútbol, la única desconexión sideral que teníamos los argentinos ante tanto desempleo, corrupción e injusticias diarias, nos dio un flor de disgusto.
Los sobrevivientes de la angustia, como decidieron llamarnos los medios, decidimos algo impensado: borrar el fútbol de nuestro país. Completamente. Todos deberíamos dejar todos los recuerdos relacionados con el mismo. Caravanas, canciones, viajes, alegrías y tristezas fueron depositadas en la Gran Fogata Reorganizacional. Fue (ahora que lo recuerdo) el día más triste a nivel nacional. Y personal, porque yo amé al fútbol.
Obvio que una simple hoguera no alcanzaba, porque cualquier contacto con el mundo nos recordaría a la pelotita, ya que donde sea que nos dirijamos, a la hora que digamos de dónde éramos, nos iban a contestar: “¿Argentina? ¡Maradona!”. Es por eso que decidimos borrarnos del globo terráqueo. Construimos un gran Domo para poder evitar todo contacto con el exterior y prevenir cualquier posible recuerdo. Todos los inmigrantes, personas no gustosas del fútbol a nuestro nivel, fueron previamente expulsados de nuestras tierras. Nuevamente, decidimos olvidar las causas de todo esto.
Habrá quienes saldrán a desmentirme. Habrá quienes me tratarán de demente, golpista. También algunos sentirán mucha certeza en mi relato, a tal punto de salir a crear una pelota hecha con bolsas de plástico. Pero si este texto no remueve ningún sentimiento en su interior, sépalo: debe consultar su origen, muy posiblemente usted sea un extranjero adoptado.
PD: estos párrafos no tienen nada que ver con la no Clasificación de mi equipo, Los Próceres Legendarios, a la final del Campeonato de Pato.